Saturday, June 14, 2008

DOMINGO 5TO. DESPUES DE PENTECOSTES

15 de junio de 2008

Queridos Hermanos:

“Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entrareis en el reino de los cielos. “

Vemos que no es suficiente seguir la letra de la ley. En muchas ocasiones nos volvemos obsesivos con los detalles de la letra de la ley y fallamos en entender el espíritu de esta, lo que es más importante.
Nuestro Señor nos da el ejemplo con el Quinto mandamiento de Dios: “No mataras”. El hombre escucha o lee este mandamiento en muchas ocasiones y se declara a si mismo inocente de cualquier culpa relacionada con este crimen, toda vez que físicamente no han dañado a nadie. Nuestro Señor nos señala que, este no es el caso y que este tipo de “justicia” no es suficiente para entrar en el reino de los cielos.
No son solamente culpables de este pecado, quienes asaltan físicamente a otros, sino también quienes atacan con las palabras. Quienes dicen “raca” (estúpido) o llama “impío” a su hermano, son igualmente culpables de este pecado.
Y evidentemente son también culpables quienes dan cabida a estos pensamientos. “todo aquel que se airare contra su hermano, será reo de juicio”. Con que frecuencia quienes alimentan odio en su corazón se imaginan ser inocentes de este pecado en contra de este mandamiento, por el simple hecho de no manifestar sus pensamientos en hechos.
Hay excepciones a la letra de la ley pero no al espíritu de esta. Si una persona muere en un accidente o en defensa propia, la letra de la ley se rompe, sin embargo sabemos que moralmente en tales casos la culpa es mitigada por las circunstancias.
El espíritu de la ley nos hace acercarnos más allá de la superficialidad de las palabras. Debemos adentrarnos en la intención y voluntad de quien dispone la ley; si vamos verdaderamente a guardar el espíritu de la ley. En esto fallaron los escribas y fariseos. De la misma manera que lo hacen la mayoría de las personas.
La voluntad de Dios en este mandamiento y todos los demás fueron resumidos en dos de los grandes mandamientos: Amar a Dios con todo nuestro ser (amor preferencial); y amar a nuestro prójimo como nos amamos a nosotros mismos. El resto de la ley está basada en estos dos, incluido el presentado como ejemplo el día de hoy.
La voluntad de Dios es que nos amemos los unos a los otros como El nos ha amado. Amar significa querer y procurar todo lo que es bueno para la persona amada. Evidentemente esto prohíbe asesinarlo tanto de, pensamiento, palabra u omisión.
Dios juzga el corazón. El hombre no va a ser juzgado sólo por sus acciones y palabras sino también por cada pensamiento y omisión. Tal vez el mayor obstáculo para nuestra salvación eterna sea nuestro libre albedrio. Todo lo que deseamos o queremos es considerado como hecho ante los ojos de Dios. Quien alimenta el odio en su corazón es culpable de asesinato. Quien desea a la mujer del otro es culpable de adulterio.; etc.
Bajo esta perspectiva nuestra ofrenda matutina toma un nuevo significado. Hacemos nuestra intención, hacer todo por Dios cada mañana, ganar todos los meritos e indulgencias para este día, etc.
Si nos llenamos de temor cuando entendemos que tan fácil es ofender a Dios y con qué rapidez se puede hacerlo, con un solo pensamiento; debemos por lo tanto, de la misma manera, encontrar a manera de consuelo que podemos complacerlo también a El con un buen pensamiento o deseo. Si somos condenados por tener un mal pensamiento sobre los demás seres, nos podemos hacer merecedores del cielo si le deseamos lo mejor, especialmente si le deseamos las bondades de la felicidad eterna.
El Desear y procurar el bienestar de nuestro prójimo no nos impide que en las ocasiones que sean necesarias señalemos sus errores, y si se nos ha dado una posición de autoridad imponer algún castigo, para su propio bien. Esto es muchas veces confundido por odio, cuando en realidad es todo lo contrario. Buscamos corregir a los que amamos y en ocasiones somos nosotros los que debemos destruir sus ilusiones fantasiosas de “felicidad” y hacerlos “sufrir” en este mundo para que podamos hacer más fácil su paso del juicio a la eternidad.
Tal vez los más grandes enemigos de nuestros niños hoy en día son sus mismos padres que rehúsan corregir, amonestar y encausarlos. Han confundido el amor con la negligencia o la indiferencia.
En respuesta a la pregunta de San Pablo. “Soy acaso tu enemigo porque te digo la verdad?” debe ser claro que aunque, lo que se ha dicho o hecho en contra de nosotros, puede ser doloroso y en ocasiones incomodo, sin embargo es por nuestro propio bien y quienes nos señalan nuestros defectos son realmente nuestros amigos (todas las cosas funcionan por el bien de quienes ama a Dios).
Entremos al espíritu de quien dicta la Ley, Dios, y veamos ahí la verdad, obedeciendo más que la letra de Su ley. Al hacer esto, vamos a sobrepasar la justicia de los escribas y fariseos y tal vez merecer un lugar en el cielo.

PAZ Y BIEN