Saturday, March 28, 2009

DOMINGO DE PASIÓN

29 DE MARZO DE 2009

Queridos Hermanos:

¿Quién tiene el diablo?

¿Quién tiene la verdad?

En las dos acusaciones, aparentemente opuestas, son finalmente la misma acusación, “eres un demonio mentiroso”.

Sin conocer la realidad y los detalles de ambas partes, a simple vista lo veremos como una tragedia. Esto lo podemos constatar toda vez que el lado mentiroso utiliza los mismos argumentos que usaría en la presentación de la verdad.

Si vemos no más allá de la superficie de este argumento no podremos determinar lo que es verdad y lo que es falso. Lo que frecuentemente nos confunde. Sin embargo, la confusión puede fácilmente ser eliminada si no somos lo suficientemente flojos para mirar un poco más en detalle y profundo.

¿Cuántas veces debe presentarse, la Iglesia católica, como la Iglesia verdadera?

¿Cuántas veces tiene que probar que las acusaciones falsas en su contra son mentiras?

Cristo tuvo que enfrentar estos demonios, (Que utilizan a los humanos para hacer sus fechorías) en Su tiempo. Ahora nosotros enfrentamos a los mismos demonios que utilizan diferentes hombres para hacer las mismas fechorías que antaño. El evangelio de este domingo aplica igualmente y consistentemente con los hechos actuales como lo hizo en tiempos de Nuestro Señor Jesucristo.

Las blasfemias del hombre moderno son de manera similar a los que Jesucristo enfrentó según nos relata el evangelio. Son similares porque emanan del mismo origen. Vienen de los mismos demonios que ahora aconsejan al hombre actual.
¿Cómo podemos razonar o comprobar cualquier cosa a los que han sido cegados por las “inspiraciones” de los demonios? Después de presentarles la verdad una y otra vez, según nuestras habilidades y siguen sin ver. Nos vemos forzados a dejarlos en su maldad tal y como lo hizo nuestro Señor.

Al iniciar la lucha en contra de estos espíritus malignos parecería prudente recordar que no estamos luchando en contra de seres humanos sino con demonios. Mientras se encuentran bajo la influencia del demonio no pueden aceptar la verdad. Por lo tanto no podemos hacerlos ver la verdad. Lo primero que debe suceder es la expulsión de estos demonios que lo hacen prisionero y agregar un poco de Gracia Divina, para que puedan ver y buscar la Verdad.

Por lo tanto, cuando vemos que existe algún obstáculo para que estas almas puedan ver la Verdad y no encontramos ninguna explicación lógica o humana, podemos concluir que es una alma más cegada por el demonio. Muchos no pueden recibir ayuda porque no lo desean. Pero para quienes si se puede ayudar, lo primero que hay que hacer es eliminar la influencia del Demonio sobre esta alma.

Empecemos por invocar el santo nombre de Jesucristo. Hagamos uso de los sacramentales (señal de la cruz, agua bendita etc.) y si se requiere, de la oración y el ayuno, como lo señalo Nuestro Señor a Sus discípulos, como manera de expulsar algunos demonios “difíciles”. En algunos casos se requerirá de algún Sacerdote para que asista a tales casos y realice exorcismos.

No existe verdaderamente tiempo suficiente en este mundo para el número de sacerdotes existentes hoy día, para cumplir el tremendo ejercicio de expulsión de estos demonios. Nos hemos familiarizado tanto con los demonios que raramente los vemos realmente como son.

Puede suceder que quienes están bajo esta influencia nos vean como sus enemigos por el intento que hacemos de beneficiar sus almas. Intentarán hacernos lo que le hicieron a Jesucristo. No debemos tener miedo, por el contrario y como lo hizo Jesucristo, debemos morir en defensa de la verdad.

Quienes aman la verdad no tienen nada que temer de la muerte. La verdad enseña que la muerte del cuerpo no debe ser temida, es la muerte del alma la que nos debe preocupar. El cuerpo va a resucitar, pero el alma condenada al Infierno arderá eternamente en el.

No nos dejemos intimidar ni engañar por la mentira. Seamos humildes a la verdad y voluntariamente aceptémosla y si no podemos compartirla con quienes nos rodean, debemos alegrarnos de estar con Jesucristo. Aun si fuéramos crucificados o apedreados no habremos perdido. La causa de Dios no ha terminado, porque llenos de amor por la verdad confiadamente buscamos con fe y esperanza la gloriosa resurrección de nuestro propio ser con Jesucristo y Sus santos.

Así sea.