Saturday, April 4, 2009

DOMINGO DE RAMOS

5 DE ABRIL DE 2009

Queridos Hermanos:

Hoy leemos la Pasión de nuestro Señor, y se nos pide recordar a nuestro corazón y nuestra mente lo que Jesucristo ha hecho por nosotros. Vemos el amor de Dios para nosotros en la institución de la sagrada Eucaristía. Nos muestra su paciencia hacia nosotros que fallamos en estar vigilantes y en acompañarlo en oración. Lo vemos aceptar de manera voluntaria las injurias que le propinamos por cada pecado que cometemos.

Tanto los Israelitas como los gentiles han pecado de deicidio. Qué tan culpable somos cada uno de nosotros se nos muestra cuando examinamos nuestra conciencia.

¿Cuántas veces nos ha pedido Jesucristo que hagamos oración y por flojera, lo hemos ignorado? ¿Cuántas veces se nos ha pedido que seamos contados como uno de Sus discípulos y lo hemos negado? ¿Hemos permanecido inmóvil cuando delante de nosotros se blasfema Su Santo nombre, o peor aún tomado parte en este insulto? ¿Nos hemos burlado de El con nuestro constante pecar? ¿Lo hemos coronado de espinas por nuestros pensamientos pecaminosos y deseos impuros? ¿Hemos aumentado el peso a Su cruz? ¿Lo hemos escupido en la cara con nuestra actitud?

¿Hemos sido participes de Satanás tentando a Jesucristo mientras muere en la Cruz? Recordemos como el Demonio tentó a Jesucristo pidiéndole que si era Dios se arrojara de lo alto del templo; ahora hace lo mismo diciéndole que si es Dios, baje de la Cruz. Muchas veces nosotros hacemos lo mismo al dudar de nuestra fe y pidiéndole uno que otro milagro.

Nuestro Señor constantemente nos está recordando que existen traidores entre nosotros. Y estamos tentados a dudar nosotros mismos. Los pocos rayos de humildad que tenemos son suficientes para hacernos dudar de nosotros mismos. Le preguntamos ¿Soy yo Señor?, ¿podré perseverar hasta el final? Pero con qué frecuencia nos consolamos con el hecho de decir algunas devociones mecánicamente aprendidas bajo el mero hábito, concluyendo precipitadamente que no somos nosotros los traidores.

Jesucristo Nuestro Señor señala que El (el pastor) será golpeado y que nosotros (las ovejas) seres extraviadas y escandalizadas, según lo señalan las profecías. Y nosotros ciegos por el orgullo, como san Pedro, exclamamos: “No señor, jamás me escandalizaré en Ti”. Esta actitud es en realidad llamar a Dios Mentiroso. Si nos acaba de decir lo que habrá de suceder, tenemos la osadía de contradecirlo. Dios nos conoce mucho más de lo que nosotros mismos nos conocemos. De ejemplo está la negación de san Pedro.

Hemos hecho bien al encontrarnos dentro de la verdadera Iglesia, sin embargo, eso no es señal de ya habernos salvado. La batalla ha apenas empezado. Estaremos seguros sólo y hasta que al momento de nuestra muerte Jesucristo nos reciba en el Cielo.

Somos como los apóstoles que se encontraban alrededor de Jesucristo escuchando sus palabras y doctrina. Somos incrédulos y presuntuosos, vanidosos y orgullosos. El momento de prueba esta sobre nosotros y apenas estamos despertando y somos débiles todavía.

Debemos estar alertas y en oración. Tenemos una ligera idea de lo que nos ha de suceder, por lo tanto sería tonto negarlo o pretender que no aplica a nosotros.

Podemos pedir para ser liberados de todas estas cosas, pero como nuestro Señor, podemos pedir que se haga la voluntad de Dios en nosotros. “que no se haga mi voluntad sino la Tuya”

La batalla que le espera al Cuerpo Místico de Jesucristo es la misma que recibió el cuerpo físico de nuestro Señor. Por lo tanto debemos tomar parte de esta cruz y sufrimiento de todo el cuerpo.

No existe duda alguna que hemos traicionado a nuestro señor con nuestros pecados, la pregunta que permanece es ¿Qué vamos hacer al respecto? ¿Seremos envueltos de orgullo en nuestra humillación, que nos desesperemos como lo hizo Judas o verdaderamente nos arrepentiremos como lo hizo san Pedro?

Todos tenemos temor y huimos, sin embargo, el nivel de amor que tengamos determinará donde nos encontremos cuando este misterio se destape. ¿Tendremos el amor de María santísima, san Juan y las Santas Mujeres y estaremos fielmente a los pies de la Cruz de Nuestro Señor? ¿Estaremos llenos de amor propio y escondiéndonos a lo lejos, por temor a ser nosotros los que siguen? ¿Nos desesperaremos como lo hizo Judas? ¿O seremos como san Pedro? ¿Seguiremos a las multitudes y reclamaremos Su sangre?
Es nuestro nivel de amor a Dios que nos colocará en estas diferentes posiciones. Es Dios quien coloca este amor en nosotros, por lo tanto pidamos humildemente a Dios nos de este amor por El, sus mandamientos y Su Iglesia.

Así sea.