Saturday, June 27, 2009

CUARTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTES

28 DE JUNIO DE 2009

Queridos Hermanos:

Los esfuerzos de los apóstoles, al estar pescando toda la noche fueron en vano, hasta que escucharon y decidieron obedecer a Jesucristo. Obteniendo como resultado, una pesca abundante.

En la vida espiritual debemos actuar siempre con una buena intención y hacer la voluntad de Dios, si queremos lograr algún efecto positivo.

En todo lo que hacemos debemos tener siempre en mente la intención de servir y honrar a Dios nuestro Señor. San Pablo nos lo señala cuando dice: “ya comáis ya bebáis o ya hagáis alguna cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” (1 Cor. 10:31). Cómo lo dice la máxima de san Ignacio: “Todo por la gran gloria de Dios”, que nos enseña cómo debemos actuar.

Debemos reflexionar a conciencia la oración del Padre nuestro; decimos, Santificado sea tu nombre, para recordarnos que fuimos creados para el honor y gloria de Dios. Todo nuestro ser se nos ha dado para que rindamos honor y gloria a Dios.
Una de las verdades más fundamentales de nuestra existencia, la encontramos en las primeras páginas de casi cualquier catecismo que leamos. Fuimos creados para “conocer, amar y servir a Dios” esta es nuestra única y primer obligación, todo lo demás es secundario. Una vez que entendemos esto, formar una buena intención se convierte en un hábito, y en esta forma de vida habitual, vivir y actuar para Dios, nos proporciona el éxito en nuestros esfuerzos tanto espirituales como, en algunas ocasiones, materiales.

Por una parte si estamos llenos de orgullo y vanidad y nos olvidamos de Dios, nos daremos cuenta que no hacemos ningún progreso en la vida espiritual y en ocasiones nos encontraremos frustrados en el aspecto material de nuestras vidas. La clave de nuestro existo depende de que tengamos una intención honesta y verdadera.

La intención o (voluntad) es el aspecto más importante de todo lo que hacemos. Lo que esté bien hecho, si le falta la buena intención está viciado. Si alguna cosa no logramos hacerla de manera perfecta, por cuestiones ajenas a nosotros, se convierte en meritoria, si la hacemos con una buena y genuina intención. La acción más insignificante se convierte en meritoria gracias a la buena intención, el simple acto de la voluntad.

La intención es lo que separa un acto de ser bueno o malo. Si nos vestimos para aumentar nuestra vanidad y orgullo cometemos un mal, si lo hacemos por el honor y gloria de Dios merecemos la gracia. Lo mismo podemos decir de cualquier otra cosa que podamos pensar, decir u omitir.

Se dice que el camino al infierno está lleno de buenas intenciones, sin embargo, no es eso, exactamente correcto. Lo que se desea significar en este dicho, podríamos decir que, sería más claro si se dijera: “el camino al infierno está lleno de falsas intenciones”. Muchos dicen tener una buena intención en hacer algo, sin embargo no tienen el verdadero deseo, voluntad, de hacerlo o consumarlo. Eso no es una buena intención, esto es lo que llena el camino al infierno. Tener una buena intención incluye también el querer concluirlo. Si este deseo está presente, Dios acepta el deseo por el hecho, aún cuando estamos impedidos en hacer lo que deseamos. Este deseo e intención genuino, en lugar de llenar el camino al infierno, lo hace pero, en el camino al Cielo.

Los santos frecuentemente fueron inspirados a desear hacer el bien, por el honor y gloria de Dios, mucho más allá de lo que sus fuerzas físicas les permitían. Frecuentemente fueron consumidos por su deseo de hacer más y más, por el amor de Dios. Y al grado que sus mentes y corazones alcanzaban estas intenciones y deseos, Dios los recompensaba con bendiciones y abundantes gracias sin medida, porque amaban de la misma manera, sin medida.

De esta manera, las criaturas mortales que somos, hemos sido creados para complacer la majestad infinita de Dios, todo con el simple acto de la voluntad, un simple acto de amor y una intención verdaderamente pura.

Esta intención automáticamente implica el deseo y voluntad de completar lo que se inicia. El hombre que dice que tiene la intención de viajar a Roma, mas no tiene la voluntad de levantarse para ir, no tiene una verdadera intención. Este es el tipo de intenciones que llenan el camino al infierno. Por otro lado el hombre que tiene la intención de viajar a este mismo lugar pero muere antes de poder completar este viaje, tiene una intención pura, y sin duda alguna recibirá la recompensa de Dios como si hubiera concluido el peregrinar.

De esta manera vemos como Dios acepta el deseo por el hecho, con esta intención verdadera.

Ahora bien, esperamos que todos podamos ver la necesidad de hacer un buen ofrecimiento por las mañanas y consagrar todas nuestras actividades, pensamientos y palabras y obras del día por el honor y gloria de Dios. Formando una intención y deseo puro de todo lo que hagamos ese día.

Una vez que hemos incorporado esta buena intención en nuestro día y en todo lo que hacemos, veremos un verdadero progreso en nuestra vida espiritual. Nos acercaremos más a Dios en el amor mereciendo más beneficios para nosotros en la eternidad.

Así sea.

Saturday, June 20, 2009

TERCER DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTES

21 DE JUNIO DE 2009

“Este acoge a los pecadores y come con ellos” (san Lucas 15:2)

Dios siempre está dispuesto a perdonar a los pecadores. Vemos en el evangelio de hoy cuan misericordioso y bueno es Dios Nuestro Señor.

Dios, primero perdona. Perdonar significa, hacer a un lado todo el daño y aversión que nos ha sido ocasionado y desear el bien a los demás, de corazón. Nosotros, rara vez perdonamos de manera perfecta. Aunque decimos, te perdono, por haberme ofendido, queda un rechazo en nosotros y ya no amamos a nuestro prójimo de la misma manera. Por más que tratemos de desearle bien, una cierta amargura nos envuelve y nos ocasiona violencia interior cada vez que queremos suprimir este sentimiento y destruirlo por completo.

Dios por otro lado, perdona de manera perfecta. Una vez que Dios ha perdonado nos trata nuevamente con el cariño y afecto de sus hijos queridos y obedientes. Su corazón aumenta, por así decirlo, y nos ama de una manera mucho más especial que a quienes no lo ha ofendido gravemente. Santa María Magdalena y San Pedro nos ofrecen pruebas de ese perdón y amor abundante.

Dios perdona de manera libre y voluntaria mientras que nosotros debemos ser recordados de nuestra obligación de perdonar y de las verdades de Fe, Cielo e Infierno, etc. Dios siempre está dispuesto a recibir al pecador arrepentido. Espera ansioso el momento en que regresamos a Él, “Todo el día tendía yo mis manos, a un pueblo rebelde, que iba por caminos malos” (Isaías 65:2) “Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré.” (San Mateo 11:28). San Agustín dice: “Dios esta mas dispuesto a impartir perdón al pecador que el pecador a recibirlo”

Las parábolas de la lectura de hoy concuerdan bien con estos ejemplos y muchos otros citados en las Sagradas Escrituras, los cuales deben motivarnos, como al Hijo prodigo, regresar humildemente y con verdadero arrepentimiento pero sobre todo con total confianza en Dios nuestro Señor. ¿Cómo podemos seguir ofendiendo a Dios, que desea sólo lo mejor para nosotros, quien está siempre y en todo momento esperando perdonarnos y tratarnos como a sus hijos muy amados?

Otra característica de este amor de Dios es que perdona a todos los pecadores. No existe pecador, sin importar el grado de culpa, que no sea perdonado. Asesinos, ladrones, blasfemos, adúlteros etc. En una palabra todo tipo de pecadores, puede encontrar la misericordia de Dios. No hay una cantidad de pecados que pueda secar la fuente de Su misericordia. Si algún hombre tuviera sobre su conciencia los pecados de todo el mundo, no tiene porque desesperarse por su salvación, sino esperar el perdón de estos. “Aunque vuestros pecados fueran como la grana, quedarán blancos como la nieve, aunque fuesen rojos como la purpura, vendrían a ser como la lana”. (Isaías 1:18). San Cipriano nos dice: “Ni el mayor de los crímenes ni el mínimo minuto de vida que nos quede, ni la extrema necesidad de la ultima hora excluyen de la amista de Dios.

Su amor y misericordia infinita envuelve a todo aquel que regresa a Él”. La mujer Samaritana, la adultera, el ladrón en la cruz pecaron gravemente, sin embargo encontraron, también, la gracia. Todo lo que necesitamos es leer la vida de los santos y darnos cuenta que fueron grandes pecadores pero una vez arrepentidos cambiaron totalmente su vida como una Santa Margarita de Cortona o santa María de Egipto.

Para recibir esta misericordia de Dios sobre nosotros, debemos verdaderamente arrepentirnos, y en tiempo. Si el pecador se arrepiente Dios va a ser misericordioso con él y le perdonará sus pecados, sin embargo, si por el contrario, el pecador continúa por ese camino, se perderá en el. “A menos que hagáis penitencia, te perderás”. La misericordia de Dios no insiste en esto, que Dios perdona a todos los pecadores de manera indiscriminada, sino sólo a los que se arrepienten verdaderamente.

Pensemos en Caín, en la gente de los tiempos de Noé, de los habitantes de Sodoma y Gomorra, del traidor de Judas, de los obstinados judíos en Jerusalén. Todos se condenaron por su no arrepentimiento. Debemos evitar al mismo tiempo, el terrible vicio de la presunción, creyendo que nosotros, no necesitamos arrepentirnos y que Dios nos ha de perdonar de cualquier manera.

Ninguno de nosotros sabemos cuánto tiempo más nos queda de vida, sin embargo, sí sabemos que debemos arrepentirnos antes de dejar este mundo. Una vez que pasemos de esta vida a la eternidad el arrepentimiento será en vano. Nuestra porción será sellada eternamente. Dios ha prometido perdón al pecador arrepentido, no le ha prometido el mañana.

Debemos aprovechar el presente, este momento es todo lo que tenemos. Arrepintámonos real y verdaderamente sin vacilaciones. Hagamos buen uso del tiempo de gracia y laboremos por nuestra salvación sin tardanza, para que escapemos de la amenazante perdición de nuestra alma y seamos salvados eternamente.

Así sea.

Sunday, June 14, 2009

SEGUNDO DOMINGO DESPUES DE PENTECOSTES

14 DE JUNIO DE 2009

Queridos Hermanos:

El evangelio de hoy nos presenta una parábola para la edificación de los Fariseos con quien ha sido Jesucristo invitado a comer. En esta ocasión, Nuestro Señor, busco instruirlos sobre el Reino de Dios.

No debería existir ninguna dificultad para nosotros poder entender esta parábola. Cristo es la persona que hizo la gran fiesta y mandó a sus sirvientes llamar a todos los que fueron invitados. Los apóstoles son Sus sirvientes. Las tribus de Israel los invitados que rehusaron asistir. Los gentiles (otras naciones) son los que han sido llamados a tomar los lugares de quienes rechazaron asistir a esta gran cena, que simboliza a la Iglesia misma o al Reino de Dios.

La intención de Jesucristo era mostrar tal y como son los fariseos mismos, si sólo hubieran querido, ellos mismos, ver. Eran los que fueron invitados pero rechazaron ir. Las tres excusas diferentes que señalan concuerdan con lo que dice san Juan: “todo lo que está en el mundo es concupiscencia de la carne, de los ojos y de la vanidad de la vida”. Uno dice, me acabo de casar, es decir la concupiscencia de la carne; otro dice he comprado cinco yuntas de bueyes, la concupiscencia de la vista; y la vanidad de la vida esta simbolizada en la compra de la granja, lo que alegan en su justificación: dame te ruego, por excusado. (San Agustín, de Verb. Dei.)

Estos Fariseos fueron invitados a pertenecer a la Iglesia, tenían en su posesión la invitación, por escrito, contenida en las Sagradas Escrituras. Cristo mismo, vino a ellos y los invito de manera personal, envió a Sus apóstoles, quienes también fueron rechazados. Ahora bien, para vergüenza y escarmiento de los fariseos, quienes habían sido primeramente invitados, son ahora rechazados: “ninguno de estos hombres que habían sido invitados, probaran de mi cena”

Se llenaron de tanta vanidad y orgullo que empezaron a amar el mundo en que vivían, mucho más que el mundo que se les preparaba y les hablaban las Sagradas Escrituras.

Poseían este depósito se les leían y predicaba sobre todo esto, sin embargo, no estaban tan interesados como aparentaban estarlo. Les interesaba más aparecer santo que serlo, más conocedores que practicantes de los que enseñaban, consecuentemente fueron presas fáciles de las trampas de sus debilidades. Se dieron por completo a la concupiscencia de la carne, la vista y vanidad de la vida. Se convirtió en su prioridad más que en buscar y lograr el Reino de Dios, fueron incapaces de ver “los bosques por los árboles”. Concentrados en sí mismos que, no vieron la gran oportunidad que Dios ponía en sus vidas y la salvación eterna de sus almas.

Los fariseos de hoy día rehúsan entrar a la Iglesia aún cuando tienen la invitación en sus manos. Fueron remplazados y la cena (cielo) fue llenándose de invitados, por quienes no habían sido originalmente llamados.

San Pablo se disciplinaba y esforzaba por mantener su cuerpo sujeto, no sea que predicando a otros se perdiera el mismo. Sabía el final de los fariseos, y se preocupaba por no terminar en las mismas condiciones.

Hoy vemos repetirse la misma historia. Hay muchos que han nacido en la verdadera fe. Se les ha dado la invitación, la fe, los sacramentos, pero la han puesto a un lado para poder atender los placeres de este mundo, la concupiscencia de la carne, la vista y la vida. Casi todos los que se glorían en el nombre de cristianos o católicos han empezado a inventar excusas, para ser remplazados por otros a ocupar su lugar. ¿De qué sirve predicar y poseer el Evangelio, si se está lleno de concupiscencia y vanidad?

Dios rechazará a los grandes y poderosos y elevara a los humildes y sencillos. Quienes tiene la verdadera fe han recibido la invitación, pero si hacen todo esto a un lado para alcanzar las vanidades de este mundo, se darán cuenta rápidamente que han sido excluidos de la gran cena en el Cielo y serán remplazados por nuevos invitados.

Por lo tanto, mantengámonos fielmente humildes y obedientes para no ser rechazados del Cielo. Más bien por el contrario ser encontrados dignos herederos de esta magnífica cena, por toda la eternidad.

Así sea.

Saturday, June 6, 2009

FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

7 DE JUNIO DE 2009

Queridos Hermanos:

Beda el Venerable, fue uno de los adoradores, más fervorosos, de la Santísima Trinidad. Se relata que repetía varias veces, durante el día “Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo” y que además estas fueran sus ultima palabras en su lecho de muerte. Por medio de esta devoción se le dio, no sólo la gracia de resistir todos los ataques contra su alma y salvación eterna, sino que además se le dio una gran capacidad de entendimiento sobre estos sagrados misterios, la santísima Trinidad y de Fe, permaneciendo siempre humilde.

Nosotros debemos también, venerar, adorar y glorificar a la Santísima Trinidad. Para hacer esto bien, debemos conocer lo que verdaderamente enseña la Iglesia a este respecto.

Existen tres Personas en Dios, El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esta pluralidad de Personas ha sido relatada en el Antiguo Testamento. “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Génesis 1:26), He aquí el hombre es como uno de nosotros (Génesis 3:22). Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy. (Salmo 2:7). Con la palabra del SEÑOR fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos con el espíritu de su boca. Psa 33:6 De acuerdo a la doctrina de los Padres de la Iglesia, se hace mención en estos textos, sobre la Santísima Trinidad. Por “Señor” entendemos Dios Padre. Por “palabra del Señor” a Dios Hijo y por “Espíritu de Su Boca”, Dios Espíritu Santo. Por estos y otros pasajes más, está claro que Dios en el Antiguo Testamento habla de Tres Personas en Dios.

Jesucristo Nuestro Señor, revelo claramente esta situación. Frecuentemente habló de Dios, Su Padre y de sí mismo como Su Hijo, quien es Uno con el Padre y a quien debemos honrar como lo hacemos con el Padre. De igual manera habló del Espíritu Santo a quien había de enviar.

En el Evangelio de hoy ordena a Sus apóstoles, enseñar y bautizar en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo. En su bautismo vemos al Hijo, escuchamos la voz del Padre: “Bautizado Jesús, salió luego del agua; y he aquí que se abrieron los cielos, y vio al espíritu de Dios descender como paloma y venir sobre él, mientras una voz del cielo decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias” (San Mateo 3:16). San Pablo nos dice: “La gracia del Señor Jesucristo y la caridad de Dios y la comunión del Espíritu Santo sea con todos vosotros” (2da Carta a los Corintios. 13:13).

Los tres son verdaderamente Dios. Dios Padre es Dios (de esto no hay duda). El Hijo es Dios como lo testifica: “Yo y el Padre somos Uno” (San Juan 10:30). Y El Espíritu Santo es verdadero Dios como lo aclara san Pedro en su mensaje a Ananías. “ ¿por qué se ha apoderado Satanás de tu corazón, moviéndote a engañar al Espíritu Santo” (Hechos de los Apóstoles 5:3:4).

Las tres Personas son un solo Dios. La unidad de las Personas está establecida en las Sagradas Escrituras de distintas maneras que sería inadecuado citar más pasajes para probarlo. Jesucristo Nuestro Señor declara ampliamente que las tres Personas son un solo Dios verdadero. Claramente lo dice bautizar en “el nombre”, indicando sólo uno. “Son tres los que dan testimonio en el Cielo; El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; estos Tres son uno sólo. (1 de san Juan 5:7).

La fe nos enseña que las tres Personas tienen una sola esencia y naturaleza. Existe un solo Dios, luego entonces las tres personas son un solo Dios. Cada una es verdaderamente Dios porque tiene cada uno su naturaleza Divina, pero no son tres dioses, sino Uno sólo. Nada nos queda, sino creer humildemente este misterio; y esto lo podemos hacer, mientras más esté basada nuestra fe, en la palabra infalible de Dios nuestro Señor.

Difieren entre si, en su Persona mas no en su esencia. La persona del Padre no es la del Hijo ni la del Espíritu Santo. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres nombres diferentes o formas de manifestación de un Dios, sino tres Personas realmente distintas una de la otra. El Padre es de Si mismo, no creado, no engendrado, no hecho. El Hijo es del Padre únicamente, no hecho, no creado no engendrado; Y el espíritu Santo es del Padre y del Hijo, no hecho, no creado no engendrado, sino que procede.

El Padre se dice es el Creador: “al principio Dios, creó el cielo y la tierra” (Génesis 3:13). Dios Hijo, “nos ha redimido” (Gálatas 3:13) Dios Espíritu Santo “eres santificado en el espíritu del Padre (1 Corintios 6:11). Estas obras son atribuidas a cada persona porque corresponden a la peculiaridad de cada Persona, sin embargo, todas obran juntas en la creación, redención y santificación.

Que esta breve instrucción referente a la Santísima Trinidad sea una chispa que incremente el conocimiento y amor hacia Diosa, para que al así hacerlo aumente nuestra fe, esperanza y Caridad.

Así sea.