Saturday, July 25, 2009

STA. ANA MADRE DE LA B.V. MARIA

26 DE JULIO DE 2009

Queridos Hermanos:

El día de hoy celebramos la festividad de Santa Ana, Madre de la B.V. María.
La epístola de este día está tomada del libro de los Proverbios (capitulo 31, 10-31) que habla de la mujer fuerte. Nuestra santa madre Iglesia quiere que reflexionemos y apliquemos esta descripción a santa Ana, Abuelita de Jesucristo. Al mismo tiempo para que la veneremos e imitemos. Por lo tanto es apropiado considerar algunos de los aspectos de la mujer fuerte y valiente para el bien de nuestra instrucción, edificación e imitación.

Vale mucho más que las perlas, es un gran tesoro para su marido porque constantemente busca la felicidad de este. “Sólo le proporciona bienestar y ningún mal, por todo el tiempo de su vida”. Trabaja en todo lo que es productiva desde las primeras horas del día hasta caída la noche. No existe en ella momento de ocio.
Que cierto es que, será bienaventurado el hombre que se encuentre una mujer así; sin embargo, la lección de hoy es no sólo para las esposas, incluye también a los esposos. Somos miembros de la Iglesia – Esposa de Jesucristo – somos su esposo, por lo tanto esta lección se aplica a nosotros también. Los santos son de un gran valor ante los ojos de Dios, aún cuando son rechazados por el mundo. El valor de estos lo reciben claramente de su incansable e interminable amor y servicio por Dios.

Acudamos a santa Ana mujer fuerte, valiente y santa, veamos como imitarla en su amor por Dios. Pidamos su ayuda para quienes vivimos en este valle de lágrimas, para que podamos recibir recompensa similar, para poder disfrutar de la compañía de su nieto Jesucristo, en el Cielo.

Recordemos que no es suficiente amar a Dios de vez en cuando o cuando nos acordamos de Él. El amor por El debe ser el motor que motive todo lo que hacemos. La mujer fuerte siempre trabaja por amor de su esposo, de la misma manera debemos nosotros trabajar constantemente y sin descanso por el amor de Dios.

No debemos estar nunca, sin hacer nada. Debemos hacer todo lo que es físicamente posible y sobre todo que nuestros pensamientos y deseos estén viendo la forma de hacer más para poder ser productivos para quien amamos.

Dios no debería tener necesidad de seres “Echados a perder”. No debería de limitarse a buscar las sobras de amor de los hombres. El debe ser el primer amor, el mayor amor de todos, el único amor del hombre y más aún el único amor de todos los miembros de Su Iglesia.

Debemos notar que esta mujer valiente de que nos habla la lectura de hoy, no era una mujer egoísta o miserable con todo lo que tenía o producía. La generosidad la caracterizaba hacia todos los necesitados que encontraba en su vida; gracias a su laboriosidad siempre estaba en posibilidades de ayudar a los demás una vez que daba lo necesario a su esposo, hijos y sirvientes.

Cuando todo lo que hacemos lo encaminamos por el amor de Dios, esto se reproducen de manera abundante. Esta abundancia y generosidad, más allá de lo que podemos necesitar nosotros y quienes ayudamos, es entregada a nosotros por Dios, para que podamos ser sus instrumentos de misericordia según distribuyamos estos a los más necesitados. Nos hará bien recordar que todo le pertenece a Dios y que nosotros sólo somos los administradores de estos bienes, así como pone muchos bienes en nuestras manos de la misma forma observa, que hacemos con estos. Quiere ver si somos productivos y nos atribuimos estos logros a nosotros mismos en lugar de quien realmente lo merece, Él.

Quiere ver si vamos ayudar a nuestros demás hermanos por Su amor. Si habremos de dar alimento, agua, casa, vestido etc. al más pequeño de nuestros hermanos por Su amor. Todo esto con verdadera humildad.

Sabemos muy poco sobre santa Ana, pero su humilde silencio habla mucho más fuerte que cualquier palabra. De igual manera, esta mujer valiente que consideramos en la epístola de hoy nos da un verdadero ejemplo de una profunda humildad. No busca ser alabada por los hombres ni tiene el tiempo para esta vanidad. En su profunda humildad se considera siempre corta en el bien que produce, porque si hubiera sido diligente o prudente a un grado mayor, tal vez tuviera más que ofrecer a su Señor.

¡Oh Dios!, que os dignasteis conceder a la bienaventurada Ana la gracia de que mereciese ser madre de la Madre de vuestro Hijo unigénito: concede propicio que seamos ayudados ante Vos por el ponderoso patrocinio de aquélla, cuya fiesta celebramos. Por nuestro Señor Jesucristo.
Así sea.