Saturday, August 8, 2009

DOMINGO 10. DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

9 DE AGOSTO DE 2009

Queridos Hermanos:

Así como son diferentes las oraciones de cada uno de nosotros de la misma manera es diferente la respuesta que Dios da a cada uno.

En el evangelio de hoy se nos presenta estas dos formas de oración a la que hacemos referencia.

Por un lado tenemos a una persona que no puede ver maldad en El.

Esta ciego por su propia vanidad y orgullo. Sí es probable que, haya hecho todo lo que dice de manera altanera en su oración: Ayuno, pago de los diezmos etc. Que haya evitados los males mayores a que hace referencia: extorsión, adulterio etc. Sin embargo, podemos cuestionar su “justicia”, aunque dice no ser injusto, el evangelio nos señala que no fue justificado.

Lo que este pobre hombre no hizo fue destruir su vanidad y orgullo. Nunca se examinó a sí mismo. Por el contrario tomó una actitud infantil egocéntrica.

Escuchamos esta misma cantaleta hoy en día con las personas que dicen no haber pecado por no haber cometido ningún crimen, como asesinato o robo. Olvidan que el alimentar el odio, los celos o la envidia son todos pecados y cuentan lo mismo que si hayan cometido físicamente estos crímenes. Dios acepta el deseo por el hecho.

Su oración es más bien aparente, que la de verdadera oración. Se presenta al templo para que todos los vean.

¿Cuántos asisten a la Santa Misa, sólo para ser vistos? ¿Cuántos entran al templo a
Pedir verdaderamente la ayuda de Dios?

Muchos entran al templo sin hacer ningún cambio en su actitud o manera de pensar a la que utilizan en su vida diaria en el mundo. Encuentran una gran dificultad en distinguir entre la casa de Dios y la casa del hombre. En su vanidad y orgullo se consideran justos y complacientes a Dios porque se han frenado de cometer los males mas graves y han mantenido de manera superficial sus obligaciones religiosas.

La hipocresía es profunda. La vanidad y orgullo que se vuelve evidente para todos a su alrededor, parece haber tomado posesión de estos sin que ellos mismos acepten tal situación. Parece que no son capaces de hacer un verdadero examen de conciencia.

Tales seres miserables, han fallado en cooperar con las gracias que Dios les ha mandado. Cuando la gracia de Dios es rechazada, esta es retirada dejando en total tinieblas a estas pobres almas.

Por otro lado vemos al publicano. Este hombre no ve nada bueno en el. No tenemos conocimiento de cuáles fueron sus pecados sólo que se considera a sí mismo un gran pecador. Posiblemente no sea culpable de los males tan graves que aquejan al fariseo, sin embargo, este publicano con la ayuda de la gracia de Dios ve la gran distancia que existe entre Él y Dios. Ve su miseria al considerarse indigno por los pecados cometidos. Sabe que ninguna ofensa contra Dios es insignificante por la infinita dignidad de Dios.

El publicano es sincero consigo mismo por lo tanto se humilla ante Dios al examinar su conciencia. Se ve a sí mismo, no como lo ve el mundo, ni como él quisiera verse, sino como lo ve Dios. Existe un gran precipicio entre el pecador y Dios. Y verdaderamente no existe justicia en nosotros que no sea don de Dios. Esto deja al publicano y todo el género humano en la misma situación. Debemos pedir la misericordia de Dios. “Señor ten misericordia de mi, pobre pecador”. Esta es la verdad y humildad que debe hacernos abrir los ojos para vernos como realmente somos, si queremos hacer progreso en la vida espiritual. Es principalmente en esta humildad (verdad) que nos podemos conformar (y por lo tanto complacer) a Dios que es la Verdad misma.

Debemos empezar nuestra oración pidiendo a Dios por la luz de conocernos a nosotros mismos. Esta gracia es absolutamente necesaria para poder hacer una oración dignamente valida. Con esta gracia recibida, debemos examinarnos a nosotros mismos detalladamente para que esta luz nos revele quienes somos realmente. Una vez armados con este entender de nosotros, pedimos a Dios la gracia de un verdadero arrepentimiento de nuestros pecados. Es en esta situación que el publicano pudo pedir la misericordia de Dios y que nosotros debemos procurar y alcanzar. En este estado estaremos presentables ante Dios.

En esta actitud humilde, incapaces de levantar la mirada por vergüenza, podemos acudir a Dios y verdaderamente hacer oración. En esta situación Dios es más contento con nosotros porque ahora la verdad está en nosotros.

Nos convertimos en vasos vacios para que Dios los pueda llenar con Su gracia. El orgullo, la vanidad y todo tipo de males han sido rechazados y expulsados para que la gracia de Dios pueda habitar y vivir en nuestra alma.

Acudamos a la casa de Dios con este espíritu y humildemente acerquémonos a El por medio de los sacramentos, para que nosotros al igual que el publicano nos retiremos justificados.

Así sea.