Saturday, August 22, 2009

DOMINGO 12 DESPUÉS DE PENTECOSTES

23 de agosto de 2009

Queridos Hermanos:

¿Quién es nuestro prójimo, a quien debemos amar como a nosotros mismos?

Amar a Dios con todo nuestro corazón, mente, alma y fuerza, posee aparentemente, mucho menos problema para nosotros que amar a nuestro prójimo, como nos amamos nosotros mismos. Como no podemos ver a Dios, se nos hace fácil decir que le amamos toda vez que no presenta ningún obstáculo material a nuestro amor propio.

Este prójimo, por el contrario, a quien si podemos ver, está constantemente poniendo resistencia a nuestro amor propio, orgullo y vanidad. El prójimo pasa a ser una imposición, después de cierto tiempo. Sus peticiones, necesidades o deseos, se convierten en una carga para nosotros. Nuestra naturaleza caída nos lleva a evitarlo y cualquier otro problema que pueda causarnos.

Aún si nuestro prójimo fuere nuestro amigo, un examen minucioso nos dirá que, es nuestro amigo, sólo mientras su amistad, sea un beneficio para nosotros de una forma u otra. Frecuentemente he mencionado que muchas personas confunden amor por lascivia. Aunque sean polos opuestos, la gente parece confundirlos cada vez más. La lujuria no es otra cosa que amor propio; es cuando vemos a los demás sólo y únicamente por el placer o beneficio que puede producirnos. Mientras que el amor es todo lo contrario, es cuando vemos a los demás con el deseo de ayudarlo para ocasionarle un beneficio sin tomar en consideración ningún provecho personal.

De tal suerte que existe quien dice “amar” a su prójimo, mientras que este amor dura sólo, cuando existe algún provecho personal. Al dejar de darnos, nuestro prójimo, el beneficio o lo que queríamos hiciera, estamos listos para abandonarlo y buscar otro amigo para sustituirlo.

Si el amor es negación de si mismo y nos olvidamos de nosotros mismos por el bien de los demás, podremos concluir que existe muy poco amor en el mundo; toda vez que el mismo bien que algunos hacen por los demás contiene siempre algo de provecho personal. Muchos ayudan a las obras de “caridad” para aparentar hacer algo por los demás, mientras que al mismo tiempo hacen todo lo posible por mantenerse alejados de quienes están “ayudando”. Se llenan de vanidad y orgullo al ser alabados por el mundo y felicitados por su “amor” y generosidad.

¿Harían lo mismo si no hubiera alabanzas y felicitaciones; si fueran forzados a mantenerse en el anonimato, o no tuvieran efectos fiscales sus donaciones? Si todo esto fuera un requisito, veríamos que disminuirían las obras buenas por nuestro prójimo.

Los políticos necesitan a los pobres para poder ser electos con sus promesas de ayudarlos. Pero si no estuvieran en tiempos electorales o buscando la popularidad, sería muy dudoso que tuvieran algún interés por estos mismos pobres.

De manera similar, los esposos frecuentemente profesan amor, el uno por el otro; sin embargo al hacer un examen exhaustivo nos daremos cuenta que no tienen ni idea de lo que verdaderamente significa amar. Su “amor” dura mientras que puedan usarse mutuamente para satisfacer sus deseos y necesidades egoístas. Por lo tanto vemos como su “amor” (lujuria) se va desvaneciendo con el tiempo, procurando el divorcio para liberarse y buscar alguien más que satisfaga sus deseos.

Muchos de los que consideramos nuestro prójimo, generalmente no son, muy agradables para nosotros ni nosotros para ellos porque no hemos hecho nuestra, la lección que aparece en el Evangelio de hoy. La lección de Jesucristo nos lleva más allá de quienes nos hacen algún bien o nos refieren algún beneficio. Nos hace amar a quienes no tienen nada que ofrecernos.

Debemos hacer el bien a quienes no tienen manera de regresarnos el favor.

No todo termina con amar y ayudar a los que no tienen forma de pagar nuestra bondad; Cristo extiende este amor para y hacia nuestros enemigos y todo aquel que nos ocasione algún mal. Nos pide más que eso, que regresemos amor por odio recibido y que verdaderamente amemos a nuestros enemigos.

Esto en ningún momento implica que formemos parte del mal. O que ayudemos a los malvados continuar en su maldad. Cuando realmente amamos a alguien procuramos siempre su bienestar y sobre todo procuramos su mayor bienestar – la vida eterna en el Cielo. De esta manera, en algunas ocasiones sucede que nuestro amor nos impulsa a rechazar a quien se encuentra en caminos malignos; como todo padre amoroso rechazaría el deseo irracional y peligroso del hijo indisciplinado.

Todo ser humano es nuestro prójimo y debemos amarlo porque Cristo lo ha hecho y ofreció Su vida por todos, además de que nos ha ordenado hacer lo mismo. Cristo jamás rechazó pedir u ofrecer Su vida por quienes lo odiaban y abiertamente se declaraban sus enemigos, mientras que al mismo tiempo nunca dejo de llamarles la atención y recordarles las consecuencias terribles que les atraerían sus maldades.

Este es el verdadero amor al prójimo que debemos tener e imitar.

Así sea.