Saturday, September 19, 2009

DOMINGO 16to. DESPUÉS DE PENTECOSTES

20 DE SEPTIEMBRE DE 2009

Queridos Hermanos:

Todo aquel que se humille será ensalzado y el que se ensalza será humillado.
Jesucristo mismo ejemplifica esto. Dios todo poderoso, el creador de todas las cosas descendió desde lo más alto del honor y la gloria, que son suyas, para formar parte de Su creación y ser uno con nosotros. Y no sólo uno de entre nosotros, sino que tomó el lugar más insignificante y humilde de entre los pobres, trabajadores y obreros. Se humillo sin medida y como recompensa de esto es ensalzado sobre todas las cosas.

San Francisco de Asís hizo lo mismo al entender estas palabras de Jesucristo e hizo todo lo que estuvo a su alcance para implementarlo en toda su vida. Se humillo completamente hasta donde le fue posible. Buscó por todos los medios ser como Cristo, especialmente en su humildad y amor. Como resultado de esto, vemos como, san Francisco recibe los honores más altos de todos los santos del cielo. Se dice incluso, que ahora ocupa el lugar, que fue abandonado por Lucifer, anterior portador de la luz y líder de los Serafines.

Si consideramos esta situación veremos que Lucifer y todos los ángeles caídos se ensalzaron a sí mismos. Se creyeron “iguales a Dios” y como castigo fueron despojados de los más altos honores y gloria hasta la degradación y sufrimiento en el Infierno. Fueron finalmente humillados.

Todos los santos y Órdenes Religiosas en la Iglesia ejemplifican esta humildad, sin embargo todo indica que fue san Francisco quien imitó de manera más perfecta a Jesucristo. Se le ha llamado “Espejo de Jesucristo” al reflejar de manera tan perfecta y clara esta virtud, la humildad. Por estas mismas razones su orden, Orden de San Francisco de Asís, se le ha dado el titulo de Orden Seráfica. Todos los que desean ser santos (a lo cual somos todos llamados) se beneficiaran muchísimo al seguir los pasos de san Francisco.

Al seguir a san Francisco estamos siguiendo a Jesucristo y en este camino aprenderemos la verdadera humildad.

La humildad no es la negación de la verdad. Muchos creen que ser humilde es negar los talentos y habilidades que tienen, que deben presentarse como insignificantes, y en este intento superficial desarrollan una falsa humildad que, es hipócrita y farisaica.

Un superior no es humilde al dejar que sus subordinados abusen de la autoridad que Dios le ha dado. Esta es la falsa humildad. Los padres de familia no son humildes cuando permiten que sus hijos abusen de ellos o los insulten. Los padres o superiores posiblemente se merecen esto pero la posición y oficio a ellos encomendados por Dios, no. Se les ha dado esta posición y en esta capacidad reflejan la autoridad de Dios. Abusar de la autoridad de ellos es abusar de la autoridad de Dios. Esto es precisamente lo que ambos deben corregir y prevenir. No por beneficio propio sino por el honor y gloria de Dios y la salvación de sus subordinados o hijos respectivamente. Por lo tanto incumplir nuestras obligaciones ante Dios por debilidad o flojera no es humildad ni virtud, sino un gran vicio. A esto lo llamamos falsa humildad.

Somos verdaderamente humildes cuando nos vemos a nosotros mismos: lo que somos y lo que quiere Dios que seamos. Debemos ser honestos con nosotros mismos o como Dios mismo nos ve. Cuando nos damos cuenta, que tan lejos estamos del ideal, empezamos por entender la virtud de la humildad. Vemos nuestra nada al saber y entender que todo lo que tenemos y somos nos ha sido dado por Dios. Todo es una gracia de Dios y sin El no somos nada o peor que nada.

Somos incapaces de hacer el bien sin la gracia de Dios. Vemos a Dios que es infinitamente bueno y nos vemos a nosotros mismos, llenos de maldad y vacio. Vemos la nada de la cual venimos. Al impregnar nuestro corazón y mente con esta verdad nos hacemos humildes. En esta humildad buscamos el lugar más insignificante que es el que realmente merecemos. De esta manera nos asemejamos a Jesucristo y a san Francisco.

Cuando Dios ve esta virtud en nuestra alma. Empezará El mismo a llenar ese vacío y miseria en nuestras vidas. Y empezaremos gradualmente el camino sublime. Nuestro destino final, estar llenos de las virtudes de Dios al grado de que cuando vea nuestra alma, se vea El mismo, (reflejado) en las virtudes y obras buenas que realiza en nosotros, para invitarnos a las maravillas que nos esperan en el Cielo.

Así sea.