Saturday, June 12, 2010

FESTIVIDAD DE SAN ANTONIO DE PADUA

13 DE JUNIO DE 2010

Queridos Hermanos:

El día de hoy celebramos la festividad de San Antonio de Padua. San Antonio es frecuentemente presentado tanto en fotografías como imágenes, con el Divino Niño Jesús en sus brazos y con un lirio al costado.

San Antonio desde su juventud practicó total y completamente amor y servicio a Dios. A la edad de 15 años dejó su hogar en Lisboa para unirse a los Clérigos de san Agustín en Coímbra.

Su maestro el célebre Abad Tomas de Vercelli, testifica que San Antonio “crecía tanto en el amor de Dios, que podemos ampliamente decir y aplicar las palabras que el Santo Evangelio dice de san Juan Bautista: “él era una flama, fuego consumidor… del Divino Amor”.

Desde niño, hizo el voto de castidad perpetua a Dios y buscó siempre la pureza con todo su ser tanto de cuerpo como de alma.

Restricciones totales para sus sentidos, oración incesante y un gran y tierno amor a Jesús y María, le ayudaron sobreponerse a todos los peligros en contra de la pureza. Esta santa pureza le abrió el camino a la sabiduría de Dios.

Se entregó por completo a sus estudios, sin embargo su mayor deseo fue el del martirio.

Cuando vio los restos de los primeros mártires franciscanos, fue inspirado a separarse de los clérigos de san Agustín e incorporarse a los Orden de frailes menores (los Franciscanos).

Nuevamente fue frustrado su deseo por el martirio, pero encontró pronto una especie de martirio espiritual, en el que podía ofrecerse mejor a Dios. Humildemente escondía su talento a la vista de las personas, buscando las labores más insignificantes en la cocina y jardines del convento de Monte Paolo. En esta posición tan humilde, encontró gran alegría y consuelo. Se humillo aún más delante de Dios, dando sólo a Dios todo el honor y Gloria.

En lugar de buscar los primeros lugares, san Antonio, busco siempre los lugares más insignificantes. Y no tardo mucho en que Dios Nuestro Señor, le dijera: “amigo, sube un escalón más”

Dios tenía otros planes para San Antonio y no permitiría que esta luz se quedara bajo los arbustos. Un cierto día, se le pidió que hablara a unos recién ordenados sacerdotes, franciscanos y dominicos. Al momento en que empezó a hablar, pudo ser evidente que tendría mayores obras a realizar a las que hacía en la cocina y el jardín.

Se le encomendó la tarea de enseñar teología dentro de la Orden. Posición que le fue encomendada por San Francisco mismo. Dios quería aún más de esta flama de amor. No era suficiente que preparará a otros frailes en las ciencias sagradas, se le designo posteriormente, la misión de predicador. Predicó en grandes ciudades de Francia e Italia. Las iglesias no podían contener a todas las personas que acudían para escucharlo, por lo que decidió predicar en los campos, plazas públicas y a la orilla de los ríos. Su misión celestial fue confirmada por la gran cantidad de milagros que realizó.

Lucho en contra de la herejía de los albigenses con tal éxito que su santidad el Papa Gregorio IX le otorgó el título de “azote de los herejes”.

Este magnífico doctor de la Iglesia tiene algo que dar a cada uno de nosotros desde el mayor en grado y dignidad hasta el más insignificante y menor de todos; si tan sólo observamos y escuchamos atentamente su vida y sabiduría.

La sabiduría es inseparable de la pureza. El Espíritu Santo declara, en el Libro de la Sabiduría: “La sabiduría no entra en el corazón impuro”. San Antonio poseía gran sabiduría precisamente por practicar tal pureza. Esto le era posible gracias a que era humilde y se mantenía siempre ocupado. Oraba y practicaba la custodia de sus ojos, mortificación de los sentidos, sentido de la vergüenza y devoción a la Santísima Virgen.

El mundo de hoy está falto de tal sabiduría por la falta de pureza y nos falta esta por no ser humildes y no hacer oración, especialmente a nuestra Santísima Madre, como debemos hacerlo. No le negamos ningún placer a nuestro cuerpo, al grado de convertirse estos en tiranos gobernando y controlando nuestra vida con sus pasiones.

Debemos aprender a controlar estos deseos y negarnos a nosotros mismos muchas cosas, aún las que no sean pecado. (Negarnos sólo lo que es pecado, no es ningún sacrificio). Debemos gobernar todos nuestros sentidos, pero de manera especial nuestros ojos que buscan placer en las cosas creadas. Si queremos ver a Dios con nuestros propio ojos, deben ser estos puros y aislados de cosas insignificantes. Con nuestra mirada puesta en Dios en el Cielo se hace posible que venzamos muchas tentaciones de buscar placer en los sentidos corporales y las cosas de este mundo.

Debemos hacer nuestro el evangelio de este día y recordar que como católicos somos la sal del mundo y si perdemos nuestro camino de católicos no seremos dignos de ninguna otra cosa que ser expulsados.

Pidamos a San Antonio que engendre en nosotros el verdadero amor por Dios así como por la Sabiduría y pureza, con la cual podamos también nosotros merecer la corona de la gloria eterna en el Cielo.

Así sea.