Saturday, July 3, 2010

DOMINGO SEXTO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

4 DE JULIO DE 2010

Queridos Hermanos:

Consideremos, el día de hoy, la virtud de la templanza.

El evangelio de este día nos relata la forma en que se alimentó a una gran multitud. El alimento fue pan y pescado simplemente, no se habla de ninguna bebida. Con tal comida tan simple y común, parecería seguro decir que, en ningún momento se sobrepasaron en saciar esta necesidad.

Los peligros para nosotros hoy día es sin duda, ser indulgentes con la virtud de la templanza, y como podemos entender los daños que esto ocasiona son más severos aún. Frecuentemente tenemos una gran cantidad de comida y bebida incluso variada para que nos estimule a alimentarnos más de lo requerido. Además de estas sustancias utilizadas sin ningún control o templanza se debe incluir, el fumar, el alcohol, drogas tanto legales como ilegales. Etc. Nos hemos convertido en una sociedad tan insegura que debemos tener siempre algo, en nuestra boca. Veamos a nuestro alrededor para darnos cuenta de esta realidad y como la mayoría de la gente, tiene de manera constantemente en la boca, un cigarrillo, botella, bote de alguna bebida dulce, alcohol, goma de mascar etc.

Frecuentemente el vicio se convierte en adicción o algo compulsivo, por lo que muchos comen y beben sin ninguna necesidad, o pensar en las consecuencias de lo que hacen. De esta manera mucha gente cae más bajo que un animal bruto que, no consume, más de lo que necesita.

De hecho, miserables creaturas que somos hemos inventado formas para continuar mimando a nuestro apetito aún cuando nuestro cuerpo nos dice que ha tenido suficiente. ¿Cuántos tipos de ayuda digestiva están disponibles para controlar lo incomodo que ocasiona el descontrol alimenticio? ¿Cuántos hay que siguen el método Epicuro, de vomitar todo lo que pueden para poder seguir comiendo o bebiendo?

Lo horrible de este vicio, sin embargo, es sólo el comienzo del tren de destrucción y maldad que trae a nuestras vidas. Aparte de la destrucción de nuestra vida y salud, hay una destrucción espiritual que es aún más dañina.

Cuando estamos constantemente llenos, no estamos disponibles a trabajar con toda nuestra capacidad. Por el contrario el no uso de la templanza nos lleva a otros vicios como la envidia, impureza, lujuria etc.

San Pablo nos recuerda que así como murió Cristo debemos morir nosotros, por nuestro bautismo. Hemos renunciado al pecado y hemos voluntariamente muerto de igual forma a todos los placeres que nuestro cuerpo y el mundo promueven.

Es decir, esta muerte significa que, debemos diariamente crucificar esta carne nuestra, una y otra vez, al grado de poder decir verdaderamente que hemos muerto para el mundo y nuestro cuerpo, para poder resucitar gloriosamente con Cristo.

Al tener en cuenta lo que nuestra santa Madre, la Iglesia católica establece, en los dos tiempos de penitencia (adviento y cuaresma) en la que enfatizan la necesidad de la templanza en todo lo que hacemos, podemos decir que al hacer y cumplir este precepto, mantenemos la llave en nuestras manos, del control de nosotros mismos, el mundo y el demonio. El ayuno fue empleado por Nuestro Señor Jesucristo en varias ocasiones, para nuestra formación. Tengamos siempre en mente que algunos demonios, no pueden ser expulsados de nuestra alma con la sola oración, sino que se requiere de la unión de la oración y el ayuno.

De igual manera tenemos una gran cantidad de ejemplos de prácticas austeras, que nos han dejado muchos santos (realmente austeros, comparados con el libertinaje actual)

San Agustín, quien después de su conversión frecuentemente ayunaba, constantemente decía tener temor de sobrepasarse en las cosas mundanas. En la actualidad, nuestro comportamiento y todo a nuestro alrededor parece indicar que hemos hecho una religión de la alimentación, haciendo un dios a nuestros estomago. (O tal vez a nuestro paladar y lengua).

Ahora bien, si no podemos negarle nada a nuestro estomago, podemos decir únicamente que, somos incapaces de negar a nuestro cuerpo cualquier otro placer. El alcohólico y el que no tiene templanza pierdo todo control de su voluntad, destruyendo tanto su cuerpo como su alma. Sus cuerpos rebeldes que se encuentran sobrecargados con la comida y la bebida parecen encontrar placer en la impureza, juegos, adornos, galas y entretenimiento y no encuentra ningún placer en el trabajo y mucho menos en las cosas espirituales.

Es lógico pensar que muchos de los males que nos aquejas como sociedad son el resultado del desenfreno, que debilita y enferma nuestro ser.

Pero mucho más delicados son los males espirituales que nos aquejan. Muchos dicen no tener libertad de decidir. No tienen voluntad de decidir, de hacer oración sin distraerse, o frenar sus pasiones o deseos ilícitos. Sabemos que la oración ayuda mucho y que es más efectiva cuando va acompañada de alguna penitencia, y que tal vez, la penitencia más efectiva que está en nuestras manos es la del ayuno libremente aceptado.

Si aprendemos a ayunar por el amor de Dios, encontraremos una gran habilidad y fuerza para practicar la virtud y evitar el vicio. Muriendo poco a poco a nosotros mismos crecemos y vivimos más, fortalecidos en Jesucristo Nuestro Señor.

Así sea