Saturday, December 18, 2010

DOMINGO CUARTO DE ADVIENTO

19 DE DICIEMBRE DE 2010

Queridos Hermanos:

Nuevamente escuchamos, en las lecturas de hoy, a San Juan recordándonos, cómo debemos prepararnos para recibir a Dios en nosotros. El tiempo está ya muy próximo, por lo que debemos estar muy atentos y más alertas.

Lo que san Juan nos dice no es algo nuevo para nosotros. Ya hemos escuchado eso en muchas ocasiones. Aunque parezca nuevo el mensaje que San Juan envía a sus seguidores, es algo que ya se venía predicando con anterioridad en la profecía de Isaías.

Dios viene a visitar a los Suyos. ¿Qué debemos hacer?

Debemos corregir nuestra vida, debemos derribar la montaña del orgullo, llenar con fe, los valles de la duda, corregir los caminos, torcidos por la mentira y engaño para poder hacer más placentera nuestra vida llena de calamidades, una vez eliminados todos nuestros vicios y pecados.

Si continuamos un poco más en la lectura de la Profecía de Isaías, encontraremos: “El pasto es marchito, y las flor cae, porque el espíritu del Señor ha soplado sobre él. De hecho la gente es pasto. El pasto se marchita y la flor cae. Sin embargo, la palabra de Dios permanece para siempre”

“La gente es pasto” El espíritu de Dios ha soplado sobre estos y se han secado y caído. Qué extraño que el espíritu de Dios, que es vida, pareciera que trae lo opuesto a la gente. Podría ser esta profecía similar a la que posteriormente menciona Simeón el Profeta, respecto a Jesucristo. “Esta Niño está destinado a ser la ruina de muchos”

Ya se nos ha dicho lo que debemos hacer para recibir la llegada de Dios. Nuestra Santa Madre la Iglesia nos ha dado este tiempo de adviento para guiarnos en el espíritu y vida, debemos a través de la penitencia derribar las montañas del orgullo, llenar los vacío que deja la vanidad, corregir nuestro camino y forma de vida. Todos entendemos esto muy bien, sin embargo, la mayoría, no seguirá este consejo y no realizara nada a ese respecto; por lo que podemos decir que estas personas son pasto. La presencia de Dios entre ellos en lugar de darles vida y alegría, sólo servirá para estas desafortunadas almas, como el fuego seco y ardiente que destruye a los no merecedores de la vida eterna.

De la manera que Dios viene a habitar entre nosotros, Su presencia será destructora de todo lo que no es digno de Su presencia. Mientras más estamos sujetos a las cosas de este mundo o a nuestras propias pasiones e inclinaciones, más dolorosa se hará la presencia de Cristo en nosotros. Porque su presencia empezará a secar y destruir todo lo que no es adecuado.

No es inusual ver o aún mismo, experimentar en nosotros mismos la tristeza que abunda y envuelve a tantas almas en estos días próximos al nacimiento de Cristo Nuestro Señor. En algunas ocasiones, se necesita de una gran fe y valor para hacer a un lado tantas tentaciones que se presentan para destruir las ocasiones de gran júbilo para nosotros y los demás. El día después de la Navidad vemos que la alegría superficial de este tiempo ha ya desaparecido de la mente y corazón de la mayoría de las personas. Las decoraciones deben ser puestas nuevamente en el desván y la mayoría de los regalos regresados; regresando nuevamente a la rutina de ganarnos el pan nuestro de cada día.

Acaba de llegar Cristo Nuestro Señor e inmediatamente nos deshacemos de Él. La explicación que puedo dar es por, el dolor culposo que ocasiona en nosotros Su presencia en nuestra conciencia y alma culpable. En lugar de permitir que el amor ardiente de Dios, arda y purifique nuestra alma, lo rechazamos. Muchos han experimentado esto ya en alguna ocasión y hacen todo lo posible para evitarlo nuevamente, desafortunadamente sólo escogen el peor camino. Obstaculizan la gracia y presencia de Dios en sus vidas, en lugar de remover lo que Le ofende, ocasionándoles mucho dolor en su alma, cuando la presencia de Dios, es conocida por su alma.

Esta presencia de Dios no se puede eliminar del todo. Llegará el día en que lo queramos o no, Dios va hacernos sentir Su presencia en cada uno de nosotros. En esa última visita de Cristo, Su presencia no tendrá el mismo poder potencial como lo hizo durante nuestra vida presente. Luego entonces, la presencia de Dios se convertirá en un dolor eterno en el infierno que jamás será consumido. Lo que nos ocasionara un sufrimiento eterno en el Infierno.

Ahora es el momento de abrir nuestra conciencia y renovar el pasto que está creciendo en nosotros para permitir que la frescura de Dios nos purifique y todo lo que no es digno de Su presencia. Mientras que pasamos el resto de nuestra vida preparándonos para celebrar Su nacimiento, hagamos todo lo que esté en nuestras manos para preparar nuestra alma para darle la bienvenida. No tengamos ningún temor a Su presencia ni al dolor que pueda ocasionarnos en nuestra alma, sino más bien recibámoslo y démosle gracias por los dones que nos da. Pero sobre todo busquemos mantener firme Su presencia en nuestro corazón y mente por todo el año.

Así sea.