Saturday, July 9, 2011

DOMINGO CUARTO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

10 DE JULIO DE 2011

Queridos Hermanos:

Los sufrimientos de esta vida no se pueden comparar con la gloria venidera, que se manifestará en nosotros” (Epístola de hoy: Romanos 8:18)

Frecuentemente nos quedamos ciegos por los sufrimientos presentes y perdemos de vista u olvidamos la gloria que vendrá posteriormente. Es difícil no centrar toda nuestra atención a los sufrimientos presentes- especialmente cuando el pecado ha tomado posesión de nosotros y nos cegamos de amor propio. Nuestra visión y atención ha sido reducida a una distancia muy reducida, tenemos la tendencia a ver sólo el mundo presente y este momento, en lugar de voltear a ver la profundidad de la eternidad.

Si tan sólo diéramos una ligera mirada hacia el cielo y pudiéramos ver las maravillas, poder, majestad, gloria etc. de Dios, de inmediato consideraríamos los eventos más trágicos de la vida diaria, como inconveniencias menores en nuestro camino hacia Dios. Toda una vida en este mundo en medio de los momentos más amargos, sufrimientos y tormentos sería como, nada comparados con la recompensa eterna en el cielo.

No somos los únicos que estamos sufriendo. San Pablo nos dice que toda la creación tiene una constante búsqueda y espera por el Hijo de Dios. Desde el Pecado Original, no sólo la humanidad, sino que, toda la creación se encuentra en un remolino y sufriendo las consecuencias de este desorden. Vemos por ejemplo como las creaturas que no teniendo inteligencia o razonamiento, se encuentran desamparadas y deben esperar pacientemente que restauremos lo que también ellos perdieron.

En nuestro pecaminoso estado de egoísmo, sólo pensamos en mitigar el presente, y frecuentemente a expensas de una felicidad futura. Nos hemos convertido en pequeños niños que no entienden nada sobre la gratificación que debemos esperar. Queremos todo, ahora.

Nos auto medicamos para eliminar o reducir nuestros dolores presentes para darnos cuenta posteriormente de los efectos secundarios. El alcohólico que toma ahora, para suavizar su dolor, encuentra un gran sufrimiento la mañana siguiente. Lo mismo sucede con el pecador.

Jesucristo Nuestro Señor nos ha sugerido que no corramos ante los sufrimientos presentes, sino que los abracemos como lo hizo Él. Existe un gran beneficio que resulta al pacientemente sobrellevar los sufrimientos presentes por amor de Dios.

Cuando nos damos cuenta que es justo y bien merecido el castigo por nuestros pecados (por pecados nuestros o de los demás, o más aún pecados del género humano en general) encontraremos mucho más fácil soportarlos. Tal sufrimiento tendrá un propósito. Hay una razón y significado para ello.

San Pedro, nos dice el evangelio de hoy, laboró toda la noche y no atrapó nada. El y los que lo acompañaban laboraron por cosas pasajeras y de igual manera terminaron con las manos vacías. A pesar de todo esto, estaban preparados a volverlo a intentar una y otra vez la siguiente noche. Siempre con la esperanza de que, en esta próxima vez, si llenar sus redes con algo benéfico. Sus sufrimientos y esfuerzos se hicieron tolerables, por el éxito esperado en el futuro próximo.

Lo mismo sucede con el esfuerzo que hacemos por nuestra alma. Debemos luchar y sufrir aquí y ahora, pensando en la recompensa futura. No tenemos la garantía del éxito futuro porque no podemos confiar en nuestra perseverancia hasta el final. Se nos ha prometido, sin embargo, que si tomamos nuestra cruz diariamente, con paciencia y amor, la llevamos, encontraremos paz y descanso para nuestra alma.

Cuando los apóstoles pescaban por motivos mundanos se enfrentaban a grandes sacrificios y sufrimiento, sin mayor recompensa. Sin embargo, una vez que cambian su actitud y motivo para soportan los esfuerzos por Dios (Maestro: Trabajamos la noche entera y no cogimos nada; pero en tu nombre echaré las redes) para ser recompensados mas allá de lo que jamás hayan imaginado. Sus redes estaban tan llenas al grado de casi romperse.

Ahora la actitud era otra, no estaban tan ansiosos por la pesca como anteriormente, ven ahora un gran placer en Jesucristo y no dudan en abandonar todo y seguirlo. El sufrimiento de este mundo fue voluntariamente soportado por el beneficio otorgado.

Sabemos que por el beneficio espiritual, los apóstoles estaban dispuestos, a hacer mucho más y no dudar en dejar los beneficios materiales a un lado.

Consideremos, qué es lo que nosotros hacemos y sufrimos por ganar beneficios o placer. No podemos escapar los sufrimientos y dolor justamente impuestos sobre nosotros por nuestros pecados, pero si los podemos mitigar al enfocar toda nuestra atención sobre la recompensa que reciben quienes paciente, humilde y con amor lo soportan todo, por el bien de nuestra alma, justicia y placer de Dios.

No debemos maldecir nuestro sufrimiento y dolor, sino abrazarlo con gran amor ya que es el camino a nuestra gloria futura en el cielo; y es, a un costo muy bajo aún si fuera el mayor de los sufrimientos que pudiera existir sobre la tierra.

Así sea.