Saturday, March 24, 2012

DOMINGO DE PASION

25 DE MARZO DE 2012

Queridos Hermanos:

El día de hoy, la Iglesia católica, toma una nueva actitud. Vemos los santos y demás objetos religiosos cubiertos, para recordarnos del sufrimiento inminente de nuestro Dios y salvador Jesucristo.

Leemos en las últimas líneas del evangelio de hoy que Jesucristo Nuestro Señor tuvo que esconderse de los judíos que estaban buscándolo para apedrearlo.

En algunas ocasiones, también nosotros, experimentamos esta aparente perdida de la presencia de Dios. El hombre toma algunas piedras para lanzárselas a Cristo cuando las cosas no van como ellos quisieran. En respuesta a esto, Dios retiene algunas gracias y si, efectivamente, se esconde de estos.

Pareciera extraño que, en lugar de despertar a estas personas y los motive a regresar a Dios, sólo reafirme su actitud egoísta y de rechazo hacia Dios.

Jesucristo, así como lo hizo en aquel entonces, nos hace la misma pregunta el día de hoy:

“¿Quién de vosotros me convencerá de pecado?

Pues si os digo la verdad, ¿por qué no me creéis?

Quien es de Dios, oye la palabra de Dios. Por eso no la escucháis vosotros, porque no sois de Dios”

Las dificultades y, o las cruces en nuestra vida no son pruebas de los pecados de
Jesús, sino más bien de nuestros pecados. El mundo y desafortunadamente muchos “cristianos” encuentran culpa en Dios porque no les obedece o no hace lo que estos quieren. Suena algo infantil, egoísta y lamentable, pero es una realidad.

Jesucristo se esconde de tales almas, no porque se haya retirado El y Su gracia de estos, sino más bien porque estos se han cegado y separado de Su presencia.

Volvemos a decirlo, este pecado esta en nosotros, no en Jesucristo. No podemos ver o aceptar la verdad, porque en nuestros pecados, “no somos de Dios”. Esta ceguera de parte del pecador conlleva la obra de la gracia de Dios a un estrepitoso freno, al ser rechazados Dios y Su gracia.

Los pecadores de hoy son tan culpables como los judíos de que nos habla el evangelio. Nuestros pecados son la misma causa, para el rechazo de Jesucristo y Su crucifixión, los pecados de los hijos separados de Abraham.

¿Cuál es el remedio para nosotros? (el remedio para ellos ya ha caducado, ya que tuvieron la oportunidad de arrepentirse y ya han sido juzgados). Debemos, nosotros, empezar viendo las dificultades y cruces de esta vida no como un mal a evitar, sino más bien como valiosos regalos de Dios para ser acumulados y amados. Dios reprende a los que ama. Si tenemos algunas dificultades no es porque Dios no nos ama o nos ha olvidado, sino más bien porque nos ama.

Este concepto es muy difícil de reconocer por los hijos egocéntricos, sin embargo, es perfectamente claro para los honestos y buscadores objetivos de la verdad. El padre que verdaderamente ama a sus hijos, los amonesta, corrige y si, en ocasiones los castiga. Todo porque busca y desea lo mejor para estos. El padre que no ama verdaderamente a sus hijos los deja que hagan lo que quieran y no se preocupa por estos, más bien, evita su presencia.

Desafortunadamente, esto es considerado como “ser buenos padres” cuando en realidad es la ruina y destrucción de la familia y la sociedad.

El día de hoy se nos pide no alejarnos de Dios. Si no está a nuestro alcance, debemos buscarlo. No está muy alejado de nosotros y es fácil encontrarlo una vez que somos humildes y honestos.

Debemos, en primer lugar, aceptar nuestras caídas y faltas, con verdadera humildad para con verdadero arrepentimiento y dolor de nuestros pecados pedirle que nos perdone y regrese Su gracia y luz, una vez más.

Es posible que tengamos que acompañarlo al calvario, sin embargo, esto no debe detenernos, sino más bien llenarnos de valor. Para poder regocijarnos como los apóstoles que fueron dignos y merecedores de sufrir por nuestro señor Jesucristo.

Rechacemos todos nuestros pecados; aceptemos todas nuestras cruces, como algo bueno para nosotros, dadas a nosotros por un padre amoroso, invoquemos a Dios en todo lo que hacemos y en todo momento y ofrezcamos nuestra vida (alegrías y sufrimientos) a Jesucristo, conforme lo vayamos acompañando en Su sacrificio hacia nuestro Padre amoroso en el Cielo.

No está alejado de nosotros, si realmente rechazamos nuestros pecados y lo seguimos hacia donde a Él le plazca levarnos.

Así sea