Saturday, April 7, 2012

DOMINGO DE RESURECCIÒN

8 DE ABRIL DE 2012

Queridos Hermanos:

Nuestro corazón se llena de gozo, en este tiempo del año, al recordar la Gloria de la Resurrección de nuestro señor Jesucristo.

Nuestra fe no es vana. Durante toda la semana leeremos acerca de las diferentes apariciones de Jesucristo Resucitado. Y así como estas apariciones confirmaron y fortalecieron a Sus discípulos, así, estas apariciones nos fortalecerán y confirmaran, a nosotros, en esta misma fe.

Han sido estos días, unos momentos de verdadera prueba para quienes aman a Dios.

Recordar el rechazo, sufrimiento y muerte de Jesús, llevados a las lágrimas, al saber que han sido nuestros pecados los que le han ocasionado tal dolor.

Hemos encontrado, de igual manera, muchas ocasiones para cargar nuestras cruces diariamente, con paciencia y amor para unir nuestras penas y sufrimientos con Jesucristo. Tal parece que mientras mayor sea nuestro amor, mayor debe ser nuestro sufrimiento y dolor.

Nuestra fe en estas cruces y sufrimientos nos han dado una perspectiva del amor de Dios por nosotros y nuestro amor, (o, no amor), por Él. Pero lo que es más importante, nos permite experimentar una felicidad constante, resultado de la resurrección.

Con el paso de la cuaresma nos hemos quitado al hombre viejo y como dice san Pablo, en la epístola de hoy; debemos celebrar no con el antiguo alimento de la maldad y debilidad, sino con el de la sinceridad y la verdad. Hemos confesado nuestros pecados y hecho una firme resolución de ya no regresar a estos. Hemos hecho penitencia y recibido a nuestro señor en la Sagrada Eucaristía y recibido, por lo menos, gracias suficientes para seguir el camino de la santificación.

Ahora es el tiempo de regocijo. Es tiempo de celebración, más no en el pecado o de placeres mundanos, sino más bien, celebración en la vida nueva, de la virtud y la gracia.

Con frecuencia, las mismas oportunidades que tenemos de celebrar de manera cristiana, terminamos ofendiendo a Dios y arrastrar nuestra alma al fango. No limpiamos nuestra alma, para volver a manchar. Nuestro objetivo y esperanza es mantenerla limpia y más aún, purificarla más y más. De esta manera nos acercamos a Dios y a la felicidad eterna del cielo.

La pascua, como otras grandes festividades de la Iglesia, es una probadita de lo que nos espera como recompensa, en el cielo, como verdaderos y fieles seguidores de Cristo N.S.

La alegría del cielo es inexplicable y mas allá de lo que podamos pensar, imaginar o esperar. La pascua, si nos hemos preparado de manera adecuada, es de igual forma, llena de alegría inexplicable. Y sin embargo, esto es sólo una probadita de lo que les espera a los fieles, en la eternidad del Cielo.

Nos dice el evangelio de hoy que, las santas mujeres, que se acercaron a la tumba de N.S. llenas de dolor y sufrimiento, pensando encontrar a su Señor, azotado, golpeado y torturado, para poder embalsamarlo y darle cierta dignidad a su sepultura; llenas de una gran cantidad de emociones, debieron haber experimentado un gran gozo, al dejar a un lado su sufrimiento, viendo la tumba abierta y al ángel.

Que gran alegría, al escuchar que Jesucristo ha resucitado y que se ha ido a Galilea.

Este tipo de alegría es también nuestra, sin embargo, deja de serlo, en muchas ocasiones por el endurecimiento y frialdad de nuestro corazón. Con frecuencia fallamos en experimentar esta alegría porque no hemos adecuadamente entrado en el sufrimiento y dolor de la semana Santa. Sin la adecuada preparación de la cruz, no hay la adecuada celebración de la Pascua.

Al ver, algo de la alegría del cielo en nuestra celebración de la Pascua. No perdamos nunca de vista, el valor de la cruz y el nuestro.

No olvidemos nunca el precio que se ha pagado, por este gozo y procuremos nunca regresar al estado tan lamentable del alma del que acabamos de levantarnos.

Así sea.