Saturday, May 12, 2012

DOMINGO 5to. DESPUÉS DE PASCUA

13 DE MAYO DE 2012

Queridos Hermanos:

En las lecturas del día de hoy, se nos dice bien claro que, Cristo viene de Dios Padre.

Jesucristo nos habla en palabras que no podemos mal interpretar. Podemos decir, sin lugar a equivocarnos que nuestro amor por Jesucristo, merece para nosotros el amor de Dios Padre. Consecuentemente, todo lo que le pidamos al Padre en nombre de Jesucristo, se nos dará.

Jesucristo nos dice que no es Él que pide al padre por nosotros, sino que el Padre mismo es quien nos escucha. Hemos llegado a ser Sus hijos por méritos de Jesucristo.

Reflexionando un poco sobre este magnífico don y honor que Dios ha puesto sobre nosotros, debemos de manera responsable considerar las palabras de santo Santiago, que nos dice en su epístola de este día: “Ser hacedores de la palabra de Dios y no sólo quienes la escuchan, engañándose ellos mismos” Concluimos esta epístola con la admonición de mantenernos limpios sin mancha de este mundo.

Esto es lo más indicado y apropiado para los hijos de Dios. Nada menor o inferior sucederá. Debemos amar a Jesucristo con un amor preferencial. Poniéndolo antes que todo – aún nosotros mismos - este amor por Él nos concederá el don de la adopción, como hijos de Dios. El amor de Dios es medido conforme al grado del que mantenemos y cuidamos Su palabra.

Claramente nos lo ha explicado, que si lo amamos guardaremos sus mandamientos. Y que Su palabra es la palabra del Padre. Ya que Jesucristo y Dios Padre son uno mismo.

Por lo tanto debemos vivir de manera perfecta ya que nuestro Padre Celestial es perfecto. Debemos dirigir nuestros pensamientos, palabras y acciones hacia el fin último. Nuestra vida se nos ha dado por no otra razón que para unirnos mas y mas a Dios. Debemos en todo momento tener nuestra mente y deseos dirigidos hacia ÉL.

San Pablo nos amonesta al decirnos que lo que hagamos debemos hacerlo por el amor de Dios. No importa si comemos o ayunamos, si dormimos o estamos alerta, si jugamos o trabajamos. Siempre y cuando que lo que hagamos sea hecho por el amor de Dios. Debeos enfocarnos en Él. Este es el amor a Jesucristo que nuestro Padre Celestial escuchará. Por lo que es claro, con esto, que cualquier cosa que pidamos en el nombre de Jesucristo se nos concederá.

La razón parece ser más que clara, mientras más amemos a Jesucristo y nuestra voluntad se una más a ÉL. Nuestras suplicas serán sólo y únicamente conformar nuestra voluntad a la voluntad de Dios. De esta manera ponemos en efecto el mandamiento que dice que busquemos primeramente el reino de Dios y SU Justicia, y que todo lo demás se nos dará por añadidura.

Vemos en la vida de los santos un ejemplo claro de cómo debemos amar a Dios. San Francisco perfeccionó este amor en sí mismo y nos ha dejado con el ejemplo el camino para seguir a Jesucristo, separándose del mundo para unirse perfectamente a Él. Casándose con la santa pobreza, Jesucristo fue capaz de enfocar toda su atención en hacer la voluntad de Dios.

Por la santa pobreza, fue capaz de liberarse de las pesadas cargas de este mundo que aprisionan a la sociedad. Su recompensa fue que nunca le faltó lo necesario para el cuidado de su cuerpo y lo que es mucho más importante para el cuidado de su alma, la cual se elevó hasta las alturas nunca antes imaginadas, de la santidad. Merece el nombre de “Santo Seráfico”.

Sus oraciones fueran tan perfectas que sólo pedía lo que ya de antemano Dios estaba preparando darle. Las alabanzas a Dios eran constantemente y a todas horas del día. San Francisco vió toda la creación de Dios como un gran libro, revelándosele muchos de los aspectos esplendidos y majestuosos de Dios.

Dios selló Su amor por san Francisco de manera expresa, sobre su cuerpo, privilegiándolo de portar las mismas llagas que sufrió Jesucristo nuestro Señor.

San Francisco nunca huyo del dolor ni del sufrimiento, más bien lo abrazo por el amor de Dios. En la manera de lo posible y en todo momento imitó a Jesucristo. Siempre tomó a pecho la palabra de Dios y la aplicó siempre para sí mismo. De esta manera san Francisco llega a ser el espejo de Jesucristo. Lo asemejó tan perfectamente, en este mundo que mereció ser escuchado en sus oraciones y suplicas y recibir la gloria eterna del Cielo, con Jesucristo.

Busquemos y procuremos, todos nosotros, esta perfección –cada uno en su vocación propia de vida - para que podamos ser nuevamente imagen y semejanza de Cristo. De esta manera todo lo que pidamos a nuestro Padre Celestial, se nos dará, porque hemos también amado a Jesucristo y la vida misma de Cristo la vimos nosotros de manera visible como lo hizo san Francisco y muchos otros santos que han vivido antes que nosotros.

Así sea.