Saturday, February 2, 2013

DOMINGO DE SEXAGESIMA

3 DE FEBRERO DE 2013

Queridos Hermanos:

Jesucristo nos ha hablado en parábolas de las cuales, el significado nos ha sido ocultado, por ser nosotros, más bien carnales que espirituales. Nuestros pecados y naturaleza caída por este, son el principal obstáculo para entender nuestra fe.

El día de hoy, sin embargo, ha considerado apropiado explicar en detalle esta parábola. Al no ser capaces nosotros de elevarnos a ÉL, ha decidió acercarse a nosotros.

Jesucristo nos muestra un ajuste ordenado del alma que, se pierde al no recibirlo bien a ÉL o a SU gracia. La cual abunda en quienes si lo hacen. Hay tres niveles de los que se han perdido y tres niveles de los que sí han sido bendecidos.

Las aves representan al demonio, estos, atacan la Palabra de Dios en todas partes y todo tipo de suelo (almas) lo hacen con mayor facilidad sobre las almas duras y trilladas. Este tipo de almas permiten que todas los gozos y placeres de este mundo los envuelva, por lo que en estos, la Palabra de Dios, no puede nunca germinar.

El siguiente tipo de almas, el demonio rara vez los ataca, toda vez que aunque la Palabra de Dios germina en ellas, fácilmente la alejan y permiten que muera ante la primera tentación. Donde están las espinas, la Palabra de Dios, puede germinar y crecer, más no se le permite desarrollarse completamente, las riquezas de este mundo ahogan la palabra de Dios.

El mundo es un regalo de Dios para que nos acerque más a Él, pero ante nuestra naturaleza caída anteponemos todo lo mundano para alejarnos más y más de Dios. Por lo que las riquezas de este mundo, se vuelven espinas que lastiman y hieren nuestra alma. Ahogan y roban la luz, humedad y nutrientes, a la Palabra de Dios, impidiendo su crecimiento. Nos deja con una mínima porción de fe y verdad, para que vivamos en la fantasía de que estamos complaciendo a Dios.

No podemos tener a ambas creciendo de la misma manera en nuestro corazón y alma. No podemos servir a Dios y al mundo.
Si la Palabra de Dios ha de madurar en nosotros debemos arduamente trabajar en la preparación de nuestra alma. La uva debe ser triturada para que pase a ser un buen vino. Como sucede con el olivo para que produzca buen aceite, el grano debe ser azotado para que pueda limpiarse. Por lo que debemos ser estrujados, golpeados y machacados para poder ser dignos de merecer y desarrollar propiamente la Palabra de Dios en nosotros.

Hay tres categorías que se perdieron, por eso Jesucristo nos muestra los tres que se salvaron. Hay semillas que producen al cien, sesenta y treinta por ciento. El grado de abundancia depende, en primer lugar de Dios que da e incrementa su gracia donde a Él le place. Pero en segundo lugar, depende de nosotros, que tan bien aceptamos y recibimos este trato, estrujo, golpe y machacado, para expulsar la corrupción de nosotros.

No debemos pensar que Dios debe hacer todo y nos deje sin cosas que hacer de nuestra parte. La semilla, es igualmente buena como cae con todos. Es la disposición de cada alma, que hace la diferencia. Dios ha dado la gracia, corresponde a nosotros cooperar. La única manera de hacer esto, es hacer nuestra alma receptiva, merecedora y fértil.

Es difícil y doloroso tener un alma fértil, limpia y suave, pero es algo que necesariamente debemos hacer. No es el amor de este mundo y las cosas de este, que es lo que nos perjudica, sino el amor desordenado que tenemos de estos. Debemos amar en primer lugar a Dios y todo lo que ÉL ama. Todo lo que Dios ha hecho es bueno y debemos amarlo. El problema consiste en amar más lo creador que al Creador mismo.

Nuestra naturaleza caída ha invertido el amor, en lugar de tener a Dios por encima de todo, lo consideramos al último, o en niveles inferiores. El dolor comienza cuando debemos corregir este amor invertido, haciendo a un lado el amor o los amores pasajeros, que hemos colocado en el lugar de Dios y buscar de manera constante amar más y ante todo, a Dios.

Mientras más amamos mas es el sufrimiento que debemos experimentar, más no debemos tener miedo, ya que Dios nos ha de ayudar si verdaderamente lo queremos. La invitación de tomar diariamente nuestra cruz encargarnos de la cultivación de nuestra alma soportando este dolor y sufrimiento, es recompensado, no sólo con, una cosecha provechosa del cien, sesenta y treinta por ciento, sino que va más allá, la promesa de, hacer que en esta vida, la cruz sea dulce y ligera.

El ser estrujados, machacados y sacudidos aunque sea doloroso, nos llenan de la alegría, al saber que produciremos buen vino, aceite saludable y semillas fértiles. Una vez que vemos que estamos logrando esto, nos daremos cuenta que nuestro trabajo es dulce y placentero.

Encontremos el gozo de laborar para Dios y nuestra alma, en esta vida, pero mayor y particularmente en la cosecha abundante de la bondad de Dios por toda la eternidad.

Así sea