Saturday, February 23, 2013

DOMINGO SEGUNDO DE CUARESMA

24 DE FEBRERO DE 2013

Queridos Hermanos:

Leemos en el evangelio de hoy, como nuestro Señor Jesucristo les da, a tres de Sus discípulos, una probadita del cielo.

Los discípulos leyeron o escucharon sobre el futuro Reino y como muchos lo desearon, sin embargo, esta idea era siempre materialista y mundana.

Por lo que cuando nuestro Señor Jesucristo les habla de Su crucifixión y muerte. Se sintieron un poco más que desconcertados Estos tres (Pedro, Santiago y Juan) tuvieron la bendición de ver, una pequeña parte del Cielo.

Dios, por lo tanto el Cielo siempre estuvo con ellos, mas era apartado de su vista ya que eran todavía mundanos. Para poder experimentar realmente esto es necesario morir. No sólo la muerte física por la que han de pasar todas las creaturas de Dios, sino algo más importante, debemos morir a este mundo y a las atracciones materiales que nos mantienen sometidos.

El camino a este Reino Celestial, al que todos anhelamos llegar, debe ser y es sólo por medio del sacrificio. Los Sacrificios del Antiguo Testamento no eran perfectos y substituto del sacrificio que Dios deseaba y requería. Estos sacrificios de cosechas o animales eran aceptados por Dios en lugar de la vida de hombres pecadores.

El único sacrificio que sería completo y perfecto, fue el sacrificio de Dios hecho hombre en la Cruz del Calvario. Sin embargo, este sacrificio de Cristo no está completo en nosotros individualmente, hasta que hacemos un sacrificio similar de nosotros mismos unidos con ÉL. Esto es a lo que Cristo se refiere cuando invita a Sus discípulos y a nosotros a beber el cáliz que Él ha tomado y cargar con nuestra cruz, morir en ella como Él lo hizo.

Este pensamiento de nuestra muerte física llena, al mundano, de gran pavor y temor que ese día llegue, más para quienes han muerto ya para las cosas de este mundo, la muerte del cuerpo no les afecta. Para poder lograr esto es necesario que sigamos a Cristo y nos neguemos a nosotros mismos, tomando nuestra cruz y muriendo a este mundo. Esto es algo que nos llena de temor a menos que veamos una pequeña parte de lo que es el Cielo, como lo hicieron los Apóstoles.

Tenemos su testimonio, y esto, debe ser suficiente, más Dios en su misericordia nos ha dado sobre dos mil años de la doctrina constante de la Iglesia acompañada del testimonio de Sus santos. El problema es que ante estas evidencias nos quedamos dormidos como lo hicieron los Apóstoles. Cristo los despierta y permite que escuchen al Padre. Lo mismo hace, inspirando a Su Iglesia, despertándonos de nuestro letargo, quedándose en Su Santo Sacramento.

Mencionamos en líneas superiores que los Apóstoles han visto a Jesucristo y por lo tanto el Cielo. No entendieron esto, de la misma manera que nosotros, al recibir la Sagrada Eucaristía, fallamos en ver a Dios y consecuentemente el Cielo. Después de que los Apóstoles perdieron a Cristo el viernes Santo, se escondieron y con temor murieron a este mundo, al lamentar la pérdida de Jesús. En este estado Jesucristo regresa a ellos después de Su Resurrección, nuevamente lo vieron y sintieron un gran alivio.

La realización completa sólo llega a ellos el día de Pentecostés. Se les abrieron sus ojos y se dieron cuenta que todo ese tiempo estuvieron ante la presencia de Dios y no se dieron cuenta. En nuestro caso, la Iglesia está constantemente recordándonos que debemos ver con los ojos de la fe, que Jesucristo está realmente presente en la Sagrada Eucaristía y que para ver con los ojos del alma, debemos primero morir a las pasiones y placeres de este mundo. Por lo tanto, en este tiempo de cuaresma, es extremadamente necesario que empecemos o perfeccionemos este proceso.

Conforme nos integramos con las penitencias de cuaresma nos acercamos a la celebración de la resurrección. Sabemos que Cristo murió para poder resucitar, por lo tanto debemos también nosotros hacer lo mismo. Quien pierde su vida por mí la encontrara. Cristo se sacrifica nuevamente en cada Misa. Permanece con nosotros, después del Santo Sacrificio de la Misa, en el tabernáculo. Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, permanece con nosotros en nuestras Iglesias.

Cuando empecemos a ver con la luz de la fe, nos daremos cuenta que nuestras Iglesias, son otro monte Tabor. Cuando entramos a nuestras iglesias, estamos entrando al Cielo. Se nos da una probadita de cielo mientras estamos en este mundo. Debemos sentir como san Pedro, quedarnos ahí por siempre. Cuando esta gracia es recibida llena el alma con profundo y sagrado silencio. Es una gracia tan sagrada que no puede ser expresada en palabras. Por lo que debemos reingresar al mundo y no hablar de la gracia y visión espiritual que hemos recibido.

En primer lugar porque la gracia fue para nosotros y no para el mundo, en segundo lugar, porque la visión no es completa ni total todavía, y no lo será hasta ser permanente. (Después de nuestra muerte física en este mundo), en tercer lugar, porque esta gracia es sagrada y no debe ser expuesta a la profanación por los mundanos.

Las gracias de Dios, por lo tanto, son frecuentemente escondidas ante los recipientes, hasta que llega el momento adecuado. Su humildad, fe y amor profundo por Dios se lo exige, y verdaderamente no pueden hacer otra cosa.

Los débiles, son con frecuencia envueltos por el orgullo, la vanidad, y la divulgación de las cosas que han recibido, perdiendo con esto todo mérito, así como los fraudulentos que dicen haber recibido algo cuando en realidad no han recibido nada.

La total aceptación de la presencia real, de Dios en la Sagrada Eucarística y la probadita del Cielo en este mundo se nos dan si seguimos a Jesucristo en el calvario de la penitencia. La plenitud de esta visión y sabor, sin embargo, nos está reservado para después de morir completamente en esta vida, en el amor de la cruz, por ser la entrada al eterno, tabernáculo del Cielo.

La vida empieza en y con la muerte.